miércoles, 23 de septiembre de 2009

"EL TACONEO"

Pienso que el amor es una enfermedad y, lo cierto es que hace mucho tiempo no sentía esa enfermedad con tanta potencia. La primera vez que me atacó así; usaba pantalones cortos, andaba en bici y jugaba a las canicas, sí; a esa edad me volví un completo inútil, no podía y ni quería hacer otra cosa que pensar en Lucia. Esa mujercita me enfermó a tal grado que incluso ahora, casi diez años después, me hace suspirar hondamente, sobre todo; cuando recuerdo la tarde lluviosa que volvió transparente su blusa y encendió los botones de sus blandas formas. Y aunque nunca fuimos novios, ella sin saberlo me lo dio todo de las maneras más exquisitas que pude fantasear.

Ahora al evocar esto me siento patético porque ya uso sombrero y en mi rostro el vello se ha extendido, y sin embargo; aún sigo amando de la misma manera púbera y anónima.

Ésta vez ni siquiera conozco su nombre, sólo sé que cada tercer día pasa por aquí a media noche bamboleando las caderas e irrumpiendo el silencio de la calle con cada paso. Su taconeo despierta en mí una enfermiza curiosidad que ha terminado por apoderarse de mi mente. Me pregunto: "¿A dónde se dirigen aquellas piernas a media noche?" he hecho algunas suposiciones, pienso que tal vez van al encuentro de las caricias de un amante, o rumbo al trabajo en el burdel, o quizá se trate del eco de una vida pasada, quien sabe... El hecho es que suponer ya no me basta, ¡Necesito saber la verdad!

Hoy he decidido seguirla, enciendo un cigarrillo y la espero recargado en un farol de la vieja plazoleta, me entretengo mirando el humo que exhalo hasta que atraviesa la amarillenta luz y se mezcla en la noche. Tal vez aparente tranquilidad, pero lo cierto es que nunca he estado tan nervioso como ahora.

Ojala y esto que fumo
fuera opio y no tabaco...

Me sumerjo en los sonidos de la noche como quien cierra los ojos y se dispone a escuchar una sinfonía. Yo escucho el cantar de los grillos, el agua de la fuente, el viento removiendo la hojarasca, una débil música que seguramente proviene del cercano burdel y, finalmente percibo aquello por lo cual estoy aquí: el cóncavo sonido del encuentro de los fríos adoquines y las tapas de unos tacones.

Por un momento pienso en regresar al edificio, refugiarme en mi desorganizada habitación y abrir la botella de whiskey reservada par aliviar problemas emocionales pero, no puedo, hay algo más fuerte que me impulsa a permanecer.

La miro pasar muy despreocupada frente a mí; como si fuera inmune a los peligros de estas horas. Permanezco inmóvil, como hipnotizado por la resonancia que hace su andar sobre sus blandas formas, inspiro sus perfume que se oscila entre el otoñal ambiente, observo sus zapatillas... no tienen nada de especial: color rojo, tacón delgado, punta ovalada. Doy un paso mas arriba con la mirada: lleva una falda ajustada que evidencia el borde de su ligero, su cintura es pequeña, tal vez; a fuerza de apretar la cinta de docenas de corsés desde su adolescencia.

Me creo afortunado, jamás había visto tanto derroche de belleza, pues aquí; sólo mis ojos la contemplan. Lo único que desentona en ella es un sombrero de vestir según la usanza de los caballeros, además su sombra me ha impedido mirar más arriba de aquellos rojizos labios. La curiosidad no sacia sino que crece junto con mis obseciones asfixiando mi voluntad a tirones de impulsos.

La miro dar vuelta en el callejón que conduce hacía el burdel, sonrio, dejo que la emoción se me agolpe en el pecho, "se trata de una prostituta, ésto y mi cartera facilitaran mucho las cosas" pienso.

La sigo a distancia pero sin ocultarme, a cada paso que doy siento co
mo me involucro en aquel mundo impúdico. La luz roja está encendida, la música resuena en las altas paredes, rostros sudados y satisfechos salen mientras que los anciosos como el mío y el de ella entran.

Sin perder tiempo me sumerjo en aquel espacio de cuerpos calientes y me dirijo con la encargada para solicitarle a la chica del sombrero. La madame ríe ruidosamente y me contesta: "caballero, lo que usted me pide es imposible porque ella no trabaja aquí, no es prostituta ni bailarina"

¡Demonios! Esto no lo esperaba, siento en mi estomago como si fuera de bajada en la montaña rusa.


-¿Entonces que hace aquí? -me animo a preguntar aún y cuando intuyo la decepcionante respuesta-

La encargada parece estar muy divertida con esta bochornosa situación mía, echa una mirada a su alrededor, inclina la cabeza y esbozando una picara sonrisa dice: "pues, lo mismo que usted, ya sabe... sexo comprado !supongo!".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por algún momento entre sueños o con los difusos recuerdos de una narración en vivo, mezclé este cuento y el de La Musa del Café, elementos en común el whisky, un burdel y el protagonista parece casi el mismo en ambos. Me gustó mucho este, con un final un poco cruel pero ni hablar, a veces así pasa...

Y el sombrero en una mujer no creo que desentone con la belleza de una mujer, antes le da un toque de misterio.

Saludos Ruth, y ¡sigue escribiendo!